El arcaico arte de la caza.

Privar de la vida a otro ser, tan solo está justificado, si el animal abatido se convierte en el alimento de personas que realmente lo necesiten. Quienes cazan por deporte, por afición, para distraerse o exhibirse, no pueden ser considerados cazadores. El autentico cazador es aquel que toma de la naturaleza lo justo para el subsistir de los suyos. Es el que para cazar, solicita el permiso de la madre naturaleza, el que entra en noble comunión con sus ancestros. El que respeta y cuida la biosfera.

         Cuando la caza constituía unos de los cimientos más importantes de los antiguos pueblos, el hombre, a través de este arcaico rito, pudo experimentar el autentico sentido de la hermandad y de la amistad. Pues la caza unía a los cazadores de todas las aldeas y les brindaba la oportunidad de emanarse a través de las aventuras, que cada partida de caza representaba. El hombre de entonces era un ser más, un morador de la naturaleza, a la que respetaba con extraordinaria devoción y a la que entendía con extraordinaria nitidez.

         El hombre puede ser cazador por naturaleza, pues, si es cierto que  descendemos del mono, concretamente del chimpancé, este organiza partidas de caza con la que obtiene carne de otras especies de primates. Es posible también que el ser humano, al que la naturaleza no ha dotado de colmillos y garras para cazar, sea un ser no cazador. Si esto fuera así, nos confirmaría que el hombre tuvo la necesidad de cazar para poder sobrevivir en lugares, donde el alimento vegetal escaseo por razones diversas.

La ingestión de carne desmesurada provoca múltiples desarreglos en nuestros organismos. Cáncer, infarto de corazón,  trombosis,  hipertensión  y otras múltiples patologías, la padecen más aquellos individuos que acostumbran a ingerir carnes o sus derivados con mayor frecuencia.

         El hombre perfectamente podría vivir, ingiriendo todos tipos de alimentos que no sea la carne, pero sustituir las proteínas y aminoácidos que la carne posee, es una labor que muchos no saben hacer. Pues ser vegetariano implica un amplio conocimiento para poder llevar una alimentación saludable sin la necesidad de consumir carne.

Me dijo en cierta ocasión Lobo blanco cazador,

 “Más vale ser un buen carnívoro que un mal vegetariano”.

         La naturaleza puede nutrirnos de todo tipo de alimentos sin tener la necesidad de cazar ningún animal. Pero no todos los lugares de la tierra posen estas ventajas. En el caso de las regiones polares y otros puntos del planeta, donde la vida vegetal prácticamente no existe. A causa de las bajas temperaturas, es cuando el superviviente tiene que recurrir a la cacería para poder seguir viviendo.

         En definitiva, si el lugar donde nos encontramos nos abastece de alimento vegetal, evitemos privar de la vida a un mamífero, ave, pez, reptil, etc. Si es al contrario, entonces y para no morir de hambre, emplearemos toda nuestra astucia para poder abatir al animal que nos concederá la oportunidad de vivir.

          Aquellos que practican la caza como deporte, cuyo único fin es la de alimentar su ego prepotente a costa del trofeo del fiero león, elefante, oso, etc. que han abatido con un rifle de unos cuantos miles de euros, a una distancia de medio kilómetro, vestido de marca, a tan solo unos cuantos metros del lujoso todo terreno y que dormirán en el más ostentosos de los hoteles, no merecen ser llamado cazadores.

         Los nobles cazadores son aquellos que cazan de manera respetuosa. No les importan recechar o esperar a la presa durante horas, inclusive días. Soportan el frió, la lluvia, la nieve o cualquier otra inclemencia del tiempo. Los cazadores puros se entregan a la Naturaleza respetando por encima de todo, los protocolos que la Gran Madre estableció en el principio de los tiempos. Recorren largas distancias, pasan frío, hambre y todo tipo de asperezas. No les importan la soledad, pues son hombres curtidos y de carácter fuerte. Y lo más noble es que matan para vivir, para traer comida a su pueblo. Y todo ello lo realizan desde un estado de conciencia de salvaje  libertad. Ellos jamás darían caza a un depredador, (lobo, león, oso, etc.,) pues son considerados hermanos cazadores. Tampoco cazarían si tuvieran que pagar por ello, ya que es un crimen realizar negocio a costa de la vida de los animales, para que individuos corrompidos se enriquezcan. Seleccionan sus presas para evitar perjuicios graves, los cuales les afectarían directamente. Cazan pero no exterminan, pues les interesa que la caza nunca desaparezca.     

          Por desgracia, existe actualmente un triste y erróneo concepto de las cacerías, pues este antiquísimo oficio, al que la humanidad tiene que estar agradecida, por contribuir a la subsistencia de nuestra raza, a sido desvirtuada por intereses meramente económicos. El negocio tremendamente substancial que gira en torno a esta disciplina, a adulterado las autenticas raíces y protocolos de este arte milenario, que significó en antaño, una manera noble de conseguir alimento y una escuela donde los más jóvenes aprendían a madurar, gracias a las enseñanzas que las cacerías aportaban. Ahora sin embargo, aquellas dignas formas de comportamiento, aquel legado de correctas formas que contribuían al desarrollo moral del cazador, ha sido remplazado por intereses económicos y otras percepciones que atenta, no únicamente con la naturaleza, sino con la ética y conducta de los cazadores actuales. La cacería de estos tiempos tiene como objetivos, el cazar por recreo, con una tecnología de vanguardia, que aparta al cazador de aquellas vivencias extraordinarias, que verdaderamente lo enriquecían.

Con la tecnología actual, prácticamente a desaparecido toda dificultad para abatir presas, que en ataño significaban tarea ardua, destinada a expertos cazadores. Pues para abatir presas como el solitario y astuto jabalí, el receloso corzo, el sagaz ciervo u otras difíciles especies, el cazador tradicional, tenía que emplearse a fondo, armado de paciencia y astucia, para que en el más profundo  de los silencios, poder aproximarse a la distancia optima, entre veinte y treinta metros, para poder lanzar su flecha o lanza. Es evidente, que las nuevas tendencias armamentísticas, han influido de manera relevante en la manera de cazar. Excepto una minoría de cazadores, que siguen siendo fieles a los protocolos tradicionales, la gran mayoría, optan, por una cacería más cómoda y rápida. Por ello, a consecuencia de estas nuevas tendencias de concebir la caza, la industria encargada de fabricar y satisfacer las necesidades de sus clientes, no duda de crear, armas que cumplan con las existencias que actualmente predominan.

Rifles de largo alcance, capaz de abatir una presa a distancias increíbles, visores capaces de disuadir las oscuridades de la noche y observar a la presa con una nitidez sorprendente, son los ojos artificiales que han sustituido y degradado a los ojos de propio cazador, cuyo indicativo de precisión y lentes para acortar las distancia, propicia un disparo casi imposible de fallar, siempre que el pulso se mantenga estable. Estos y otros avances tecnológicos  tan solo tienen un objetivo, cazar más y con más facilidad. Lo preocupante del asunto, es que individuos sin conciencia y sin respeto por la naturaleza, se sirvan de estos adelantos, un colectivo de individuos, al que no podemos incluir en el gremio de cazadores, por carecer de aquellos ilustres valores, los cuales son necesarios para ser nobles cazadores. Inclusive, estos sujetos están perjudicando de manera alarmante, los orígenes de las monterías y de otras tradicionales modalidades cinegéticas, que buscan el respeto por la naturaleza, la convivencia entre cazadores y sobre todo entender la caza como una forma de vida. Por lo tanto, la comercialización arrolladora que desde hace aproximadamente dos décadas esta sufriendo el mundo venatorio, esta poniendo en peligro las costumbres y los antiguos protocolos, que desde tiempos pasado, nuestros antecesores obedecieron con el fin de impedir que estas tradiciones se desvirtuaran y perdieran sus verdaderos atractivos. Este colectivo de cazadores adinerados, que persiguen únicamente la adquisición de importantes trofeos con los que alimentar su popularidad y prepotencias, están destruyendo las autenticas raíces de nuestras monterías y otros peculiaridades estilos. Es triste en el aberrante negocio que se ha convertido la caza, un negocio lucrativo promovido por gentes sin escrúpulos, cuyo único fin es enriquecerse a costa de las vidas de inocentes animales, de los que un numero considerable son cazados tan solo por obtener de ellos sus trofeos, mientras sus cuerpos decapitados se pudren en el mismo lugar donde fueron abatidos. Y que decir de aquellas presas de depredadores, que como el lobo, el zorro, el león, el puma, el oso y otros semejantes, que son abatidos, no para alimentarse de ellos, sino por lucir sus trofeos. Ellos son nuestros hermanos cazadores a los que hay que respetar y de los que los nobles cazadores aprendemos, pues ellos son nuestros legítimos maestros.

         Para concluir, el problema no reside en el armamento elegido, sino en la nobleza del cazador y las razones que mueven a estos para cazar. Aunque son numerosos ya los cazadores de rifle, que tras años de abatir a sus presas sin muchas dificultades y de forma cómoda, han cambiado sus rifles por el arco, para experimentar las atávicas sensaciones y superar las múltiples dificultades que están presentes en esta milenaria modalidad. Ellos han comprobado que con el arco, las posibilidades de cobrar presas  se reduce de manera considerable, que regresan de muchas cacerías sin abatir la presa deseada, que son muchas las horas que hay que echar para intentar realizar un único lance, pero cuando logran abatir a un jabalí, conejo, venado u otra especie, la emoción experimentada, la vivencia vivida, les hace comprender y sentir el verdadero espíritu de cazar. Es en este mágico instante, cuando se reconocen como auténticos cazadores.

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