El Lobo Negro y su mensaje de Navidad.

Posted in Lobo Negro with tags , , on 28 diciembre, 2010 by lobonegrosupervivencia

Conforme me alejo de las cercanías de la gran ciudad, el reino de la oscuridad con brillantes me envuelve en su reino de paz, belleza y verdad.

         El bullicio desmedido, frenético e irracional que subyace aún con más fuerza en las ciudades en fechas de navidad, me entristece, pues me duele ver cómo las personas de todas las edades, nacionalidades y clases, pierden la cordura y la dignidad para convertirse en seres irracionales, capaces de realizar actos inapropiados, a veces hasta perjudiciales para sus vidas. La ingestión excesiva de alcohol, comida, tabaco y de otras sustancias nocivas para la salud, provocan en estas fechas la muerte de muchas personas, entre ellas, aquellas victimas inocentes que mueren en los accidentes de tráfico a causa de la irresponsabilidad de ciertos individuos, que no dudan ponerse en manos del volante cuando su tasa de alcohol en la sangre supera los niveles recomendados.    

         Las nuevas formas de celebrar la festividad de la Navidad, han cambiado el verdadero sentido de estas mágicas fechas. Pero por fortuna aun existen lugares, aldeas, pueblos, donde el poder de la bestia de consumo no ha llegado, por considerar a estos olvidados sitios, in producentes por su escasa población y por estar aislados.

          La humildad, el calor familiar, la dedicación en estas especiales fechas a los más pequeños y a nuestros mayores están desapareciendo a causa del nuevo sentido que las multinacionales de toda índole y genero, están introduciendo en nuestras costumbres, para vender un tipo de producto. El hogar, que desde tiempos ancestrales a sido el escenario apropiado donde celebrar cualquier acontecimiento extraordinario (el regreso de los cazadores cargados de carne para alimentar a sus seres queridos, la recogida de una buena cosecha, el nacimiento de un nuevo miembro de la familia, la recuperación de un enfermo, la celebración de las navidades y otras festividades populares), se está olvidando en estos preocupantes tiempos. Ahora, muchos hogares se han transformando en lugares tristes, donde son olvidados y confinados los más pequeños para que estos sean cuidados por los más mayores, mientras sus insensibles padres, e hijos de estos ancianos marchan destino a las discotecas, salas de fiesta o complejos semejantes donde poder emborracharse y convertirse en seres vergonzosos. Por desgracia, todas las navidades, muchas de estas personas fallecen en accidentes de tráfico, condenando a la infelicidad a sus pequeños y a sus padres ancianos, que con impaciencia y preocupación esperan el regreso de sus seres queridos. También muchos jóvenes son victimas de estos incorrectos comportamientos acaecidos en unas fechas donde todo debería ser felicidad.

         Pongamos pues todos, un grano de trigo para que retomemos de nuevo el verdadero sentido de las navidades.

Por unos instantes mi mirada de lobo observa la gran ciudad desde lo alto de un bello cerro y, desde lo más profundo de mi corazón, deseo que aquellos que moran en ese suburbio de formas preocupantes, no caigan en las peligrosas trampas que por doquier persisten en una forma de vida compleja y artificial. A todos ellos les deseo fortuna y positivos presagios.

         El frío arrecia. Con alegría observo la bóveda celestial, que de manera especial, me recompensa de una bella imagen, pues infinidades de estrellas salpican el manto oscuro de la noche. Entonces un enternecedor recuerdo invade mi memoria. Sonrío, pues me siento orgulloso de ser quien soy y de formar parte del mítico clan de los lobos negros. La imagen de mi maestro el Gran Lobo Negro, el primero de nuestra estirpe, acude con fuerza en mi pensamiento. Su larga gabardina negra, su sombrero de ala ancha, sus botas de caña alta y su rostro embozado por un paño de lana negra me incita a seguir su magia y ejemplo.

Aun recuerdo aquella Noche Buena en Los Pirineos de 1981, cuando en compañía de otros lobos negros disfrutaba del calor de la hoguera, en una chabola de ensueño. A las doce de la noche la puerta se abrió. Todos los allí presentes quedamos cautivados de la imagen de aquel seductor ser, que entró al interior de aquel humilde hogar con talante y determinación. Sin mediar palabra, el insólito personaje, el cual iba ataviado con las vestimentas tradicionales que los lobos negros utilizamos desde el siglo XVIII, extrajo de un saco de pita una serie de paquetes. Cada uno de nosotros recibimos de aquel lobo negro un regalo como muestra del cariño que nuestro maestro y mentor nos procesaba. Instantes después él desapareció entre las brumas de la noche.

         Cuando aquel recuerdo se desvaneció de mi pensamiento, opté por hacer participe de aquella bella tradición a unos buenos amigos que celebraban en su humilde hogar de campo la Noche Buena. Se trataba de mi buen amigo Mariano “El Atávico” y de su compañera Cati, dos personas encantadoras a las que quiero con devoción.

A las doce de la noche aparecí vestido con mi uniforme tradicional de lobo negro y portando en mis espaldas, un saco de pita donde llevaba los regalos que pretendía darles. Inesperadamente aparecí envuelto por el misterio de la noche, entre la tenue y romántica luz que brindaban las velas. Por fortuna, mi entrada fue embellecida por la melodía, a ritmo de soleares, que el guitarrista e hijo de Mariano improvisó de manera especial. Con sorpresa y solemne respeto, todos los presentes guardaron silencio. Fue cuando entregué mis obsequios. Después desaparecí envuelto por el silencio y con el corazón colmado de felicidad, tras realizar aquel sencillo acto y que tanta felicidad e ilusión originó a aquellas personas a las que tanto quiero.

Mis pasos me condujeron al reino del lobo negro, el lugar que desde la ilusión y el deber, se está preparando para crear la escuela de los lobos negros, el Perín, Cartagena (Murcia), donde pretendo enseñar las formas y preceptos que sirvan para cuidar, entender y desenvolverse en la naturaleza. Inmerso en una paz indescriptible, visité al Árbol Madre, un centenario pino piñonero cuya energía enriquece aquel prodigioso paraje. Después, entré en el aula del lobo para disfrutar de su simbología y legado. Seguidamente salí fuera de aquella especial dependencia, para deleitarme de la imagen del edificio, que envuelto por la luz de las antorchas, me mostraba su autentica y conmovedora personalidad. Durante un tiempo caminé entre los olivos, almendros, encinas, naranjos y otros árboles, pues su compañía de alguna manera enriquece mi espíritu. Ellos son mis hermanos, seres prodigiosos a los que considero parte de mi familia.

Por último, decidí descansar, pues consideré que el trabajo de aquella jornada merecía un reposo. Con un par de mantas de lana, tejidas hace más de medio siglo por las manos de hábiles tejedoras, me arropé al amparo del Árbol Madre, que sin lugar a duda me hablaría durante el sueño que a punto estaba de iniciar. Mi sombrero, lo incliné hacia mi entrecejo con el fin de crear un ambiente acogedor, mis piernas, las crucé para adquirir mayor comodidad, mi larga casaca, la cerré para no perder el calor corporal. Mi rostro, excepto mis ojos fue cubierto por una larga bufanda de lana negra, para evitar inhalar el frescor de la noche. Por último, dediqué mis más profundos agradecimientos al poder de la vida por darme la oportunidad de disfrutar de sus maravillas y prodigios. También dediqué un tiempo en recordar a mis seres queridos, pues de su bienestar depende en gran medida mi felicidad. Cuando el sueño estaba a punto de invadir mis sentidos, volví a sentir como en cada noche, esa parte desconocida y pura de mi ser que espero conocer en algún momento de mi existencia…

Posted in Lobo Negro with tags , , , , , on 17 noviembre, 2010 by lobonegrosupervivencia

Retomamos de nuevo el milenario arte de la trampearía. Pero antes de iniciar este interesante viaje, deseo dar mis agradecimientos a dos de mis alumnas, por su importantísima colaboración con la escuela de supervivencia que dirijo. Ya que gracias a las magnificas ilustraciones de Miriam Lorente García y a los fenomenales montajes de Jéssica Mellado Escalera, los seguidores de Lobos Negros, Supervivencia y Legado, podrán conectar mejor con todo el humilde conocimiento y vivencias que un servidor desea transmitir al público, para acercaros un poco más a nuestra madre naturaleza y reencontrar de nuevo nuestros orígenes.   

         En los apartados que trataremos seguidamente, podremos disfrutar de las excepcionales ilustraciones de Miriam y de los formidables montajes de Jessica. Un trabajo realizado por ambas lobas cuya finalidad, es enriquecer a todos aquellos seguidores que siguen las huellas de lobo negro.

CEPOS

Aunque la mayoría de las especulaciones respecto a la creación de dicha trampa, la cual se sitúa con el descubrimiento de los metales, concretamente del cobre y del hierro, cabe la posibilidad que esta existiese ya en el periodo del Neolítico. También la aparición de tales artilugios, concretamente el cepo de arco, en varias pinturas rupestres ubicadas en varios puntos de la geografía de nuestro país, nos hace pensar que los cazadores de la prehistoria ya empleaban este artilugio para cazar.

LOS CEPOS DE ARCO

         Este peculiar cepo al parecer esta estrechamente vinculado con el arco lanza flechas. Pues su mecanismo principal es un arco que tiene la función de cargar las orquillas con la torsión o rizo de la cuerda que este dispone. Pero esta hipótesis no deja de ser una especulación, eso sí, basada en una lógica elemental, pues para la fabricación de este artilugio se empleaban materiales naturales como la madera y cuerdas elaboradas de cáñamo, esparto, piel o tendones. Por lo tanto, es más que probable, que esta trampa se remonte al Neolítico.

         El cepo de arco está destinado a presas como la perdiz, la tórtola, palomas, etc. El conejo, la libre, pueden ser atrapados también, si el arco es de un tamaño mayor y más resistente para poder conseguir una fuerza superior.

         Son conocidos por todos, aquellos cepos elaborados con hierro. Estos artilugios relativamente modernos, no son de nuestro interés, pues lo que verdaderamente interesa a un superviviente, es elaborar estas trampas con materiales que podamos encontrar en la naturaleza. Por ello, tomaremos especial interés en la confección de aquellos cepos que podamos elaborar con materiales naturales como pueden ser, la madera, ramas flexibles, cuero, tendones, tripas, cáñamo, etc. Es en este proceso artesanal, donde reside el verdadero espíritu de la supervivencia.

El arcaico arte de la caza.

Posted in Lobo Negro with tags , , , on 17 septiembre, 2010 by lobonegrosupervivencia

Privar de la vida a otro ser, tan solo está justificado, si el animal abatido se convierte en el alimento de personas que realmente lo necesiten. Quienes cazan por deporte, por afición, para distraerse o exhibirse, no pueden ser considerados cazadores. El autentico cazador es aquel que toma de la naturaleza lo justo para el subsistir de los suyos. Es el que para cazar, solicita el permiso de la madre naturaleza, el que entra en noble comunión con sus ancestros. El que respeta y cuida la biosfera.

         Cuando la caza constituía unos de los cimientos más importantes de los antiguos pueblos, el hombre, a través de este arcaico rito, pudo experimentar el autentico sentido de la hermandad y de la amistad. Pues la caza unía a los cazadores de todas las aldeas y les brindaba la oportunidad de emanarse a través de las aventuras, que cada partida de caza representaba. El hombre de entonces era un ser más, un morador de la naturaleza, a la que respetaba con extraordinaria devoción y a la que entendía con extraordinaria nitidez.

         El hombre puede ser cazador por naturaleza, pues, si es cierto que  descendemos del mono, concretamente del chimpancé, este organiza partidas de caza con la que obtiene carne de otras especies de primates. Es posible también que el ser humano, al que la naturaleza no ha dotado de colmillos y garras para cazar, sea un ser no cazador. Si esto fuera así, nos confirmaría que el hombre tuvo la necesidad de cazar para poder sobrevivir en lugares, donde el alimento vegetal escaseo por razones diversas.

La ingestión de carne desmesurada provoca múltiples desarreglos en nuestros organismos. Cáncer, infarto de corazón,  trombosis,  hipertensión  y otras múltiples patologías, la padecen más aquellos individuos que acostumbran a ingerir carnes o sus derivados con mayor frecuencia.

         El hombre perfectamente podría vivir, ingiriendo todos tipos de alimentos que no sea la carne, pero sustituir las proteínas y aminoácidos que la carne posee, es una labor que muchos no saben hacer. Pues ser vegetariano implica un amplio conocimiento para poder llevar una alimentación saludable sin la necesidad de consumir carne.

Me dijo en cierta ocasión Lobo blanco cazador,

 “Más vale ser un buen carnívoro que un mal vegetariano”.

         La naturaleza puede nutrirnos de todo tipo de alimentos sin tener la necesidad de cazar ningún animal. Pero no todos los lugares de la tierra posen estas ventajas. En el caso de las regiones polares y otros puntos del planeta, donde la vida vegetal prácticamente no existe. A causa de las bajas temperaturas, es cuando el superviviente tiene que recurrir a la cacería para poder seguir viviendo.

         En definitiva, si el lugar donde nos encontramos nos abastece de alimento vegetal, evitemos privar de la vida a un mamífero, ave, pez, reptil, etc. Si es al contrario, entonces y para no morir de hambre, emplearemos toda nuestra astucia para poder abatir al animal que nos concederá la oportunidad de vivir.

          Aquellos que practican la caza como deporte, cuyo único fin es la de alimentar su ego prepotente a costa del trofeo del fiero león, elefante, oso, etc. que han abatido con un rifle de unos cuantos miles de euros, a una distancia de medio kilómetro, vestido de marca, a tan solo unos cuantos metros del lujoso todo terreno y que dormirán en el más ostentosos de los hoteles, no merecen ser llamado cazadores.

         Los nobles cazadores son aquellos que cazan de manera respetuosa. No les importan recechar o esperar a la presa durante horas, inclusive días. Soportan el frió, la lluvia, la nieve o cualquier otra inclemencia del tiempo. Los cazadores puros se entregan a la Naturaleza respetando por encima de todo, los protocolos que la Gran Madre estableció en el principio de los tiempos. Recorren largas distancias, pasan frío, hambre y todo tipo de asperezas. No les importan la soledad, pues son hombres curtidos y de carácter fuerte. Y lo más noble es que matan para vivir, para traer comida a su pueblo. Y todo ello lo realizan desde un estado de conciencia de salvaje  libertad. Ellos jamás darían caza a un depredador, (lobo, león, oso, etc.,) pues son considerados hermanos cazadores. Tampoco cazarían si tuvieran que pagar por ello, ya que es un crimen realizar negocio a costa de la vida de los animales, para que individuos corrompidos se enriquezcan. Seleccionan sus presas para evitar perjuicios graves, los cuales les afectarían directamente. Cazan pero no exterminan, pues les interesa que la caza nunca desaparezca.     

          Por desgracia, existe actualmente un triste y erróneo concepto de las cacerías, pues este antiquísimo oficio, al que la humanidad tiene que estar agradecida, por contribuir a la subsistencia de nuestra raza, a sido desvirtuada por intereses meramente económicos. El negocio tremendamente substancial que gira en torno a esta disciplina, a adulterado las autenticas raíces y protocolos de este arte milenario, que significó en antaño, una manera noble de conseguir alimento y una escuela donde los más jóvenes aprendían a madurar, gracias a las enseñanzas que las cacerías aportaban. Ahora sin embargo, aquellas dignas formas de comportamiento, aquel legado de correctas formas que contribuían al desarrollo moral del cazador, ha sido remplazado por intereses económicos y otras percepciones que atenta, no únicamente con la naturaleza, sino con la ética y conducta de los cazadores actuales. La cacería de estos tiempos tiene como objetivos, el cazar por recreo, con una tecnología de vanguardia, que aparta al cazador de aquellas vivencias extraordinarias, que verdaderamente lo enriquecían.

Con la tecnología actual, prácticamente a desaparecido toda dificultad para abatir presas, que en ataño significaban tarea ardua, destinada a expertos cazadores. Pues para abatir presas como el solitario y astuto jabalí, el receloso corzo, el sagaz ciervo u otras difíciles especies, el cazador tradicional, tenía que emplearse a fondo, armado de paciencia y astucia, para que en el más profundo  de los silencios, poder aproximarse a la distancia optima, entre veinte y treinta metros, para poder lanzar su flecha o lanza. Es evidente, que las nuevas tendencias armamentísticas, han influido de manera relevante en la manera de cazar. Excepto una minoría de cazadores, que siguen siendo fieles a los protocolos tradicionales, la gran mayoría, optan, por una cacería más cómoda y rápida. Por ello, a consecuencia de estas nuevas tendencias de concebir la caza, la industria encargada de fabricar y satisfacer las necesidades de sus clientes, no duda de crear, armas que cumplan con las existencias que actualmente predominan.

Rifles de largo alcance, capaz de abatir una presa a distancias increíbles, visores capaces de disuadir las oscuridades de la noche y observar a la presa con una nitidez sorprendente, son los ojos artificiales que han sustituido y degradado a los ojos de propio cazador, cuyo indicativo de precisión y lentes para acortar las distancia, propicia un disparo casi imposible de fallar, siempre que el pulso se mantenga estable. Estos y otros avances tecnológicos  tan solo tienen un objetivo, cazar más y con más facilidad. Lo preocupante del asunto, es que individuos sin conciencia y sin respeto por la naturaleza, se sirvan de estos adelantos, un colectivo de individuos, al que no podemos incluir en el gremio de cazadores, por carecer de aquellos ilustres valores, los cuales son necesarios para ser nobles cazadores. Inclusive, estos sujetos están perjudicando de manera alarmante, los orígenes de las monterías y de otras tradicionales modalidades cinegéticas, que buscan el respeto por la naturaleza, la convivencia entre cazadores y sobre todo entender la caza como una forma de vida. Por lo tanto, la comercialización arrolladora que desde hace aproximadamente dos décadas esta sufriendo el mundo venatorio, esta poniendo en peligro las costumbres y los antiguos protocolos, que desde tiempos pasado, nuestros antecesores obedecieron con el fin de impedir que estas tradiciones se desvirtuaran y perdieran sus verdaderos atractivos. Este colectivo de cazadores adinerados, que persiguen únicamente la adquisición de importantes trofeos con los que alimentar su popularidad y prepotencias, están destruyendo las autenticas raíces de nuestras monterías y otros peculiaridades estilos. Es triste en el aberrante negocio que se ha convertido la caza, un negocio lucrativo promovido por gentes sin escrúpulos, cuyo único fin es enriquecerse a costa de las vidas de inocentes animales, de los que un numero considerable son cazados tan solo por obtener de ellos sus trofeos, mientras sus cuerpos decapitados se pudren en el mismo lugar donde fueron abatidos. Y que decir de aquellas presas de depredadores, que como el lobo, el zorro, el león, el puma, el oso y otros semejantes, que son abatidos, no para alimentarse de ellos, sino por lucir sus trofeos. Ellos son nuestros hermanos cazadores a los que hay que respetar y de los que los nobles cazadores aprendemos, pues ellos son nuestros legítimos maestros.

         Para concluir, el problema no reside en el armamento elegido, sino en la nobleza del cazador y las razones que mueven a estos para cazar. Aunque son numerosos ya los cazadores de rifle, que tras años de abatir a sus presas sin muchas dificultades y de forma cómoda, han cambiado sus rifles por el arco, para experimentar las atávicas sensaciones y superar las múltiples dificultades que están presentes en esta milenaria modalidad. Ellos han comprobado que con el arco, las posibilidades de cobrar presas  se reduce de manera considerable, que regresan de muchas cacerías sin abatir la presa deseada, que son muchas las horas que hay que echar para intentar realizar un único lance, pero cuando logran abatir a un jabalí, conejo, venado u otra especie, la emoción experimentada, la vivencia vivida, les hace comprender y sentir el verdadero espíritu de cazar. Es en este mágico instante, cuando se reconocen como auténticos cazadores.

Mi última cacería con arco. El arcaico legado del conocimiento.

Posted in Lobo Negro with tags , , , on 17 septiembre, 2010 by lobonegrosupervivencia

Tierras de Caravaca de la Cruz.

Madrugada del 23 de Junio del 2010.

         La noche permanecía sumida en una profunda paz. Una luna creciente iba recorriendo la bóveda celestial pausadamente y con un hechizo peculiar. El ulular hechizante de rapaces nocturnas, destacaba con embrujo sobre un silencio arcaico y apacible. La brisa, peregrina y cautivadora, nos brindaba el privilegio de escuchar su mítico lenguaje, cuando esta atravesaba con su etéreo cuerpo los pinares.

         La noche anterior, el solsticio de verano, había sido la razón para que numerosos caballeros, se dieran cita en un prodigioso lugar que jamás será olvidado por nuestros corazones. Pues las tierras de Caravaca de la Cruz, poseen un poder natural arcaico de indudable notoriedad.

         Obedeciendo a viejos cultos, a lejanas ceremonias remotas, los tres cazadores empuñamos nuestros ceremoniales arcos para iniciar la cacería del viejo, solitario y sagaz macho jabalí.  En esta ocasión, el simbolismo de la cacería nos mostraría las claves, que nos enseñarían a ser capaces de superar las desavenencias de la vida y los defectos que todo ser humano posee en sí mismo y que tenemos que abatir, para evolucionar y caminar por el sendero de la benevolencia.

         Como tres sombras silenciosas empezamos la ronda. Cada paso, cada movimiento ejecutado, tenía que ser aliado de aquel silencio que nos vigilaba constantemente. Llegado a un punto del recorrido, una de las sombras se alejó de nosotros, para apostarse en uno de los pasos donde confiábamos que el errante nocturno, el maestro del bosque, pasaría en algún momento de la noche.  Mi compañero y yo habíamos decidido ubicarnos en otro paso con bastantes posibilidades de que aquel viejo solitario, el mismo que de tantas cacerías había escapado, desfilase con todo su poderío cerca de nuestras flechas. A las cuatro y treinta de la madrugada llegamos al apostadero, pues el solitario era puntual y a partir de las cinco de la madrugada, este pasaba por el lugar para dar por finalizada su jornada nocturna. Con mis mejillas comprobé, que la brisa venia a nuestro favor, justo de la dirección donde esperábamos que apareciera el verraco.

         Mientras permanecíamos de pie, e inertes como estatuas, inicie el viaje hacia un lejano pasado, donde los antiguos cazadores aprendían de estas extraordinarias vivencias, ya que las cacerías representaban para algunos pueblos una escuela de iniciación y aprendizaje.

         Entonces tuve en cuenta, los requisitos necesarios para enfrentarse a un animal tan inteligente y poderoso. Constancia, paciencia, astucia, temple, valentía, humildad y algo de intuición. Aquellas fueron las actitudes que más destacaron. Un conjunto de nobles valores que por desgracia, escasean en una sociedad moderna, carente de ética y de conductas honorables.

         Durante largos años de mi vida, el señor de la noche, el maestro de los bosques, me ha dado a conocer un legado de conocimiento,  el cual apliqué a la vida, y que contribuyó de manera relevante a la realización moral de mi persona, pues las misma actitudes que de manera natural emergen de mi interior en las cacerías, son herramientas indispensables con las que afrontar la vida.

         El silencio que de manera imperiosa persistía en el lugar, fue interrumpido por el chasquido de una rama que sonó en la distancia. Instantes después, otros ruidos de ramajes, delataron la presencia de aquel solitario, que con toda tranquilidad, hociqueaba la tierra en busca de los bulbos, raíces e invertebrados que tanto gustan a estas glotonas criaturas.

         Conforme la bestia se acercaba a nuestra posición, nuestros corazones se aceleraban, consecuencia de la excitación que estos poderosos animales ejercen sobre los cazadores.  El cuerpo fue también invadido, por un incontratable temblequeo, pues no existe control sobre los nervios que emergen de manera tan inmediata. Nuestras vigilantes miradas esperaban localizar al gran solitario, que paulatinamente iba acercándose a nuestra posición. De repente, la brisa, que hasta el momento había sido nuestra aliada, decide caprichosamente cambiar de dirección. Cotilla y alcahueta, advierte al solitario de nuestra presencia.  Para intimidarnos, el verraco emite unos escalofriante resoplos que nos dejan como bloques de hielo.

          Un silencio profundo invade de repente el lugar. Durante minutos intentamos escuchar algún ruido que delate la posición del astuto animal mientras huía. Pero furtivo y prudente, el gran macho huyó o por lo contrario, aguarda silenciosamente en alguna sombra para controlar la situación.

          Mi compañero y yo entrecruzamos las miradas. Ambos sabíamos que habíamos perdido la oportunidad, al menos por esa noche. Pero somos invadidos por una complacencia que muy pocos cazadores experimentan, pues es motivo también de felicidad, que el astuto morador de la noche, haya podido escapar de una posible muerte.

         Tras la agitación que había provocado la entrada del solitario, de nuevo regresamos a un estado de máxima calma. Durante un tiempo, ambos arqueros, nos deleitamos del paisaje nocturno que nos envolvía. Como otras tantas veces, sentimos que el encanto de tales cacerías no reside únicamente en dar muerte a un animal, sino ser participe directo de tanta belleza y de una paz tan extraordinaria, que por desgracia muy pocos disfrutan. Además, estoy convencido que es la naturaleza y todas sus manifestaciones, la escuela para que todo hombre y mujer, descubran los ejemplos y leyes para una existencia mejor.

         Por unos instantes, se desvanecieron los intentos primarios del cazador que aun reside en mi código genético. A cambio, otras tendencias de naturaleza sensitiva u emotiva, afloraron de aquella parte de mi ser místico que aun desconozco, pero que siento intensamente. De pronto me sentí parte del cosmos, integrado de tal manera con el todo, que por unos momentos sentí ser eterno. Y aunque la idea de morir acudió sin que yo la convocase, tuve la sensación de que tras mi muerte, yo aun seguiría formando parte de la naturaleza, parte del vasto universo. Aquellas ideas me hicieron llorar de felicidad, pues me consideré un privilegiado por haber tenido aquellas percepciones. Cuando a punto estuve de despertar de aquel enigmático estado, el ruido provocado por el quebrar de una rama, resonó desde la distancia y con nitidez en aquel valle de ensueño. Se trataba del gran jabalí, que en su apaciguada huida, no creyó conveniente escapar con rigurosa cautela. De nuevo, mis intentos de cazador brotaron de tal manera, que decidí recechar al animal. Para ello, recorrí una distancia enorme, pues mi intención fue cruzarme con el solitario, a su regreso a su encame. Gracias a que conocía la querencia del animal y sus posibles rutas por donde realiza sus andanzas, seguí mis instintos, convencido de que me encontraría cara a cara con él. Como el viento había cambiado y por suerte se mantenía, este ahora me favorecía para la estrategia que determiné realizar. La suerte me acompañó, pues para situarme en el lugar que presentía que pasaría el animal, hallé un entramado de sendas limpias, lo que me evitó de caminar monte a través y provocar todo tipo de ruidos que pondrían en alerta al astuto jabalí. Tras unos cuarenta y cincos minutos de recorrido, escuché no muy lejos de la posición en la que me encontraba, al caminante nocturno, aproximándose con una calma, impropia de estos desconfiados animales. Entonces comprobé, que estaba en un lugar despejado, donde podría avistar al animal y podría efectuar un lance limpio.

Decidí ocultar mi cuerpo tras el tronco de un viejo pino, pues estos animales parecen poseer la capacidad de tener memorizado, cada detalle del paisaje por donde transitan, con una precisión asombrosa. Los ruidos provocados por el solitario en su despreocupada andadura, me confirmaban que este venía directo a mi posición. De nuevo las pulsaciones de mi corazón se dispararon sin que yo nada pudiera hacer para relajarlo. Mi ojos iniciaron una actividad intensa y precisa, pues aunque la claridad de una creciente luna, estaba propiciando espacios claros, también las sombras provocadas por los árboles, representaban esa parte del bosque complicada, por la que deseas que no transite la presa que pretendes avistar con nitidez.

         Hay está. Me dije a mí mismo un tanto amedrentado, cuando compruebo la envergadura y el tamaño de aquella colosal bestia. La distancia es de unos sesenta metros, no aconsejada para efectuar un lance con arco. El solitario apareció por mi flanco izquierdo, descendiendo por una senda de lo alto del cerro. La distancia más cerca por donde pasaba aquel sendero respecto a mi posición, era de unos treinta metros, distancia también desaconsejada para realizar el lance. Compruebo que el animal permanece entretenido, levantando las lajas de piedra que se encontraba por el camino, para comer de todo tipo de insectos, larvas, lombrices y otras delicias. El ruido provocado por las piedras camuflaría el ruido de mis pisadas, en mi tentativa de acortar distancia. Por suerte, el terreno permanecía libre de hojarasca seca y de esa gravilla chivata y soplona, poco amiga de los cazadores, que tenemos la pasión de caminar de noche por las entrañas de nuestra Madre Naturaleza. Cada paso que realizaba, cada meticuloso movimiento que ejecutaba, exigía un extraordinario esfuerzo que me acercaba al momento cumbre de aquella cacería, pues todo aquel proceso de precisos protocolos era crucial para poder realizar un lance solemne. De los treinta metros que me separaban de aquel titán de las sierras, logré situarme a la increíble distancia de doce metros, pero reconozco que sin la ayuda del dios del viento, de las inspiraciones de mis ancestros y otros favores que me dispensó la propia naturaleza, yo, Lobo Negro cazador, no hubiera podido realizar aquella proeza.

         Había llegado el momento cumbre de aquella mágica cacería. Ahora tan solo quedaba encarar mi arco recurvado de 55 libras y efectuar el lance. Para mi preocupación, el gran jabalí había decidido salirse de la senda que transitaba para remontar monte arriba. La posición del verraco no era la más apropiada para ejecutar el lance, pues este me ofrecía su parte trasera. De repente, un mirlo al que el propio jabalí había quebrantado su descansar nocturno con sus hocicadas y gruñidos, levantó el vuelo al tiempo que emitía su peculiar y escandaloso graznido. Aquello sorprendió al jabalí y provocó que el animal volviera a retomar la senda. El cambio de rumbo, que incitó el soplón del bosque, pues el mirlo es un consumado delator, propició que el solitario me mostrase todo su perfil derecho. Era el momento de ejecutar el lance. Antes de iniciar con enorme discreción el levantamiento de mi arco, comprobé que el animal permanecía entretenido removiendo la tierra y que el ángulo de visión en el que yo me encontraba respecto a los ojos del jabalí, me favorecía. Asombrado por la corta distancia en la que me encontraba de aquel desconfiado y perspicaz animal, entre quince y doce metros, reconocí que aquella insólita hazaña no me pertenecía, pues el verdadero triunfador de aquella hazaña había sido el viento, que con una suave intensidad y constancia, alejaba mi olor corporal del sensible hocico del gran jabalí.

Situado el arco en el ángulo conveniente, inicio la lenta y silenciosa apertura de tan primitiva arma. El pulso que por lo habitual lo mantengo templado, persiste tembloroso y agitado. Con gran esfuerzo, logró abrir casi en la totalidad el arco. Tras apuntar de manera instintiva, tan solo me quedaba sentir el instante para realizar el lance. Una extraña certeza de que es el instante para lanzar la flecha me invade. La saeta es lanzada con determinación hacía el costado del Gran macho. Esta impacta en el costillar del animar y más de media asta penetra en sus carnes. Tengo la impresión de que los pulmones del animal han sido alcanzados, pues en el impacto he podido apreciar como el viento albergado en ellos, escapaba provocando un sonido destacable. Tras el impacto, el animal inicia la escapada. Como norma, concedo a la presa herida treinta minutos, un tiempo suficiente para que un dulce sueño lo envuelva tras la bajada de la presión arterial, consecuencia de la pérdida de sangre y de la herida letal que significa una lesión pulmonar. Inesperadamente, aquel coloso, se desploma a escasos treinta metros de mí. Su viaje a la otra existencia fue rápido y sin dolor.

         A pesar de la caída casi inmediata del gran jabalí, permanecí quieto durante media hora aproximadamente. Pues inclusive con apenas un hilo de vida, estos bravos animales son capaces de sacar fuerzas y desaparecer con asombrosa rapidez. Mientras aguardaba me preguntaba por qué yo era cazador, por qué esa ancestral labor imperaba con tanta fuerza en mi ser. Durante un tiempo permanecí meditabundo. Hasta que un sentimiento me envolvió ofreciéndome la respuesta a tal interrogante.

         Soy cazador porque aun permanezco vinculado a una estirpe de hombres, herederos de un legado natural que reconocen tal como una forma de vida humilde y digna. Un linaje de nobles cazadores, que toman de la naturaleza lo justo para sobrevivir, a través del esfuerzo y del respeto. 

         “Soy cazador, porque estoy sujeto a las leyes de la naturaleza, pues ella me enseña que tenemos que comer para poder vivir. Que tenemos que cazar para poder alimentar a nuestra prole. Pero ella también nos exige, que si privamos de la vida a uno de nuestros hermanos para alimentarnos de su cuerpo, estamos obligados a vivir con honor y honradez. El cazador se sirve de la naturaleza para mantener la vida, a cambio, este se convierte en servidor para cuidar y defender a su madre de todo indeseado agravio, que hombres sin conciencia realiza sin clemencia.

         No debemos cazar por diversión. No se debe privar a un animal de su sagrada vida por otras razones que no sea la de alimentarse.

         Aquellos que matan con criterios deshonestos, que cazan por despotismo, sus propias e indignas actuaciones, se convertirán en los cazadores que lo abatirán en algún momento de sus miserables vidas”.   

         Transcurrido un tiempo prudencial y tras confirmar que el gran macho ya no poseía ningún resquicio de vida, me acerqué donde su cuerpo yacía. Se trataba de un enorme y adulto jabalí que sobrepasaba los cinco años de edad. Con unas defensas de unos veinte centímetros, y un peso de ciento treinta y dos kilos, aquel navajero se cruzó en mi camino para que yo cumpliera con mi naturaleza de cazador.

Según costumbres de la comunidad de cazadores a la que pertenezco, el cuerpo del gran macho fue acompañado por los tres cazadores que habíamos participado en aquella inolvidable cacería. Hasta el alba, los tres arqueros permanecimos arrodillados, como símbolo de respeto y agradecimiento. Pues no únicamente nuestros cuerpos serían alimentados por su carne sana y natural, sino que nuestras almas de alguna manera fueron alimentadas de ciertas claves, que aquel sabio de los bosques, nos había enseñado durante los más de dos años que nos ocupó darle caza. 

Dedico este relato, a aquellos nobles cazadores con arco, que tienen la gallardía de mantener viva esta caza ancestral. Ellos son parte de un legado que no debe desaparecer, miembros de una solemne casta de cazadores que aman y respeta a su madre naturaleza.

Por siempre estaréis presentes en mi corazón. 

Lobo negro cazador.

Lazos.

Posted in Lobo Negro with tags , , , on 17 septiembre, 2010 by lobonegrosupervivencia

Las trampas de lazo surgieron cuando el cazador desarrolló una capacidad mental más refinada. Pues para la confección de tales artilugios, tuvo que prevalecer un alto coeficiente de ingenio y dominio de otras materias. Hace unos 20.000 años, el hombre del pasado ya poseía la capacidad de analizar, examinar y razonar de manera eficaz. Su mente se había convertido en un importante depósito de información y su capacidad de raciocinio había alcanzado niveles considerables. El obtener más alimento y de manera menos costosa para alimentar a más cantidad de gentes, propició en la mente del cazador la necesidad de crear nuevas trampas más efectivas. Descubrieron que las lianas finas de cuero curtido, tendones y crines de caballo trenzado, podrían atrapar animales de forma eficiente. Posiblemente las trampas de lazo surgieron también de manera fortuita, cuando un niño jugueteando con las lianas que trenzaban las mujeres, se enredó en alguna parte de su cuerpo, o algún ciervo espantado por la presencia de los cazadores, que huyó despavoridamente, quedando sus cornamentas embrolladas en las enredaderas o lianas silvestres que obstaculizaban su huida.

El lazo pues, revolucionó el arte de la trampearía. Los cazadores provistos de lienzas confeccionadas por los materiales expuestos anteriormente, los colocaban en los pasos de ciertos animales: conejos, liebres, corzos, cabras, perdices, etc.

El lazo más elemental consistía en un cordel de unos 50 centímetros de longitud y la resistencia adecuada a la presa que se pretendía cazar. En el extremo de dicha fibra se hacía un ojal por donde se introducía el otro extremo de la sirga, el cual, era fuertemente amarrado en un punto consistente, (estaca, tronco de algún matorral, piedra, etc), cerca de donde se preveía que la presa pasaría. El lazo en cuestión se situaba justo en la senda por donde el animal habituaba a pasar, de manera que la cabeza de esta se introdujera. El lazo se cerraría tras el avance de la presa. Cuando el animal estirara el lazo se apretaría en el cuello de este, provocándole la muerte por asfixia.

Con el tiempo, al lazo se le incorporó resortes que tras ser accionados por el propio animal, este activaba el lazo, el cual quedaba cerrado automáticamente por la acción de una rama flexible o contrapesa. Las salidas de las madrigueras de los conejos son unos de los lugares más apropiados para instalar tales trampas. El lazo ha sido adaptado de tal manera, que son capaces de apresar cualquier especie. Aunque fue una trampa creada para atrapar por el cuello, las presas también pueden ser atrapadas vivas si el trampero decide configurar lazos que enganchen las patas de sus presas. Capturar al animal con vida es una postura digna por parte del cazador, pues conceder de nuevo la libertad a otras presas que han sido atrapadas en varias de las trampas activadas y tras haber conseguido el cazador el justo avituallamiento, forma parte de los protocolos nobles de actuación del trampero.

Conforme la inteligencia de los cazadores fue creciendo, las trampas de lazo fueron adaptándose a presas muy diversas. Mamíferos de gran tamaño como el corzo, el jabalí, el ciervo, el reno y otros, empezaron a ser cazados, cuando se empezó a confeccionar lazos más resistentes. Al parecer nuestros antepasados de la prehistoria ya cazaban estas presas.

Fue tal la efectividad de esta trampa, la fácil adaptación a otras presas y medios, que esta se pondría en práctica para la caza de aves acuáticas. El pato se convirtió en una presa muy codiciada, quizás, por la exquisita carne de este o por ser un habitante bastante común en ríos, lagunas, charcas, estanques, etc., lugares predilectos donde nuestros antepasados elegían vivir para tener a mano este líquido tan apreciado que es el agua.

El lazo pues, fue integrándose de forma astuta en estos nuevos espacios. Probablemente los primeros lazos que se implantaron en este medio acuático, en riachuelos, arroyos, regatos, etc., fueron en aquellos pasos estrechos por donde los patos pasaban asiduamente. Los lazos pues eran colocados en una trasversal hecha de cuerda o rama, afianzada en ambas orillas o márgenes, a la que seguidamente se instalaban una cantidad de lazos, a la altura apropiada para que las cabezas de los patos se introdujeran cuando estos pasaran.

    

El soto flotable.

Otro sistema utilizado para cazar el pato, era aquel que asemejaba un soto de carrizo confeccionado con un tronco de unos veinticinco centímetros de longitud, por diez de anchura, el cual cuanto más seco estuviese, más flotabilidad tendría. El leño se revestía de carrizo o de otra maleza propia del lugar donde nos encontremos, para confundir a la presa. También podemos conseguir el cuerpo flotante, utilizando cortezas de árboles secas, unidas en tal cantidad hasta conseguir la flotabilidad deseada. La corteza del alcornoque es ideal para este menester. Botellas de plásticos, de vidrio u otros similares recipientes podrían servirnos también. Anterior al revestimiento se afianzaba una cantidad de lazos, dispuestos en torno al objeto flotante y a la altura conveniente para que la cabeza de los patos se introdujera cuando estos pasasen. El falso matorral se colocaría en los pasos más frecuentados por esta especie. El artilugio era anclado en el fondo por medio de una pesada piedra, la cual estaba unida al flotador con una cuerda.

La vereda flotante.

Como bien especifica el titulo del presente apartado, la vereda flotante es una efectiva trampa para cazar patos u otras palmípedas. Sus elementos principales son dos troncos de un metro veinte aproximadamente, aunque la longitud de los maderos a utilizar no es determinante. Se trata de simular uno de aquellos pasos por donde los patos suele pasear con total tranquilidad. Estos senderos acuáticos suelen tener la anchura suficiente, para que la palmípeda pase desahogadamente. Esas vías suelen estar rodeadas de maleza, detalle, que atrae la atención del animal, por considerarlo un lugar donde esta oculto y fuera de la mirada de sus depredadores naturales.

La fabricación de esta trampa es fácil. Una vez conseguidos los dos troncos, instalaremos a lo largo de su longitud lazos de diferentes medidas. Después, se amarrará en los extremos de los leños una cuerda. En el chicote que nos sobra afianzaremos una piedra pesada que hará la función de lastre. El objetivo de los cuatro lastres, es fijar en la superficie del agua ambos troncos para que la corriente, por muy floja que esta sea, no los desplace. De esta manera habremos creado un ficticio camino por donde tarde o temprano paseará nuestra presa. Justo debajo de ambos troncos, concretamente en el centro de ambos, se colocará en el fondo del río, un comedero que conseguiremos de restos de tiestos de barro y de otros recipientes de arcilla cocida que pertenecieron a antiguos pobladores. El grano o los cereales serán ubicados en la parte cóncava del resto de la maceta, vasija etc., que hayamos encontrado. Los lazos estarán dispuestos en plano horizontal prácticamente en la superficie del agua. Cuando el pato inicie el recorrido por la falsa vereda, comprobará que en el fondo del agua le espera un suculento bocado. Cuando inicie sus zambullidas, ya sea en las inmersiones como en las salidas a la superficie, el pato introducirá su cabeza en uno de los numerosos lazos que inteligentemente hemos afianzado a los dos troncos flotantes. Recordad que los troncos habrá que camuflarlos con matorral o maleza idéntica, al entorno donde pretendemos instalar la trampa. Será conveniente instalar la trampa en zonas poco profundas y en aquellos lugares que estemos seguros de la existencia de tales presas.

    

Trampería. La ancestral habilidad de la supervivencia.

Posted in Lobo Negro with tags , , , , on 17 septiembre, 2010 by lobonegrosupervivencia

La trampearía surgió por la necesidad de alimentarse y sobrevivir.

         Esta singular caza se remonta a un periodo de la historia del hombre que se pierde en el tiempo. Corresponde a una época en la que el ser humano tubo que recurrir a su inteligencia y, con toda probabilidad, el trampeo, la cacería tradicional, es la actividad más arcaica que los antiguos pobladores crearon.

         La imperiosa necesidad de alimentarse, hizo que nuestros antepasados dedicasen mucho tiempo a esta disciplina. Como hombres naturales que fueron, estos eran conocedores de las costumbres y querencias de lo animales. Fueron grandes observadores del medio natural en el que vivían. Tras ser dueños de esta crucial información, la cual les ofrecía al detalle los caminos que recorrían las bestias, sus horas de más actividad,  los alimentos que tomaban y otras querencias, el trampero ideó una gama muy variada de mecanismos eficaces e ingeniosos para capturar a sus presas. Es en este periodo de la historia cuando comenzó la trampearía.

         Mi pasión por las formas de vidas arcaicas y el respeto por mis antepasados, me condujeron a investigar estas formas de vida primarias. En un mundo donde la vida natural ha sido reemplazada por un modelo de existencia artificial y nociva, donde las huellas del pasado han sido borradas de la conciencia colectiva, me vi en la necesidad de rescatar de viejas bibliotecas, la escasa información respecto al tema que nos ocupa. También opte por viajar a lugares donde aun perduran, de manera efímera, los herederos de esta tradición. Y gracias a pastores, agricultores y a personajes de la vida rural, he podido rescatar información de crucial importancia. Pero fue una tercera alternativa, la que me condujo a adquirir la información más interesante. Esta consistió en adentrarme en la naturaleza durante largos periodos de mi vida y poner en practica los métodos de trampearía que había obtenido tras mi investigación. Comprobé, que cuando la necesidad de alimentarme alcanzaba niveles serios, un dispositivo natural activaba de manera incompresible mi ingenio. Todo al mi alrededor, se convertía en la materia prima, que trabajada con agudeza, se transformaba en una trampa precisa.

          Posiblemente en el Paleolítico Superior, los habitantes de la Península Ibérica ya empleaban rudimentarios artilugios para atrapar sus presas. La piedra en forma de laja o losa y la madera a modo de varas, las cuales formaban el dispositivo que hacía accionar la laja, fueron los primeros materiales utilizados para crear las primeras trampas.

Pero antes de continuar y aceros participes de este maravilloso viaje al pasado, me veo en la obligación de emitir una advertencia de importante naturaleza para mi conciencia.

         La intención de lobo negro es dar a conocer aquellos recursos que nuestros ancestros utilizaron para sobrevivir. La trampearía no puede caer en manos de individuos irresponsables que empleen estas técnicas como pasa tiempo, pues el daño que estos sujetos podrían causar a la naturaleza sería preocupante.

Las técnicas pues del trampero, tan solo deberían ser empleadas, en aquellas situaciones extremas donde nuestra vida corriera peligro. Por ello, jamás cometeré el error de especificar y enseñar las técnicas de trampearía, a través del blog divulgativo u otros medios informativos,  en los que la asociación de Lobos negros, transmite este antiguo Legado. La enseñanza y transmisión del antiguo arte de cazar, tan solo será expuesto y de manera detallada, en los seminarios de supervivencia que nuestra asociación organiza. También detallar, que aquellos que muestren un grado alto de cordura y sensatez, podrán ser instruidos profesionalmente en las técnicas de trampearía.

         Posiblemente las trampas de losa fueron los primeros mecanismos para cazar, pero por la lejanía de estos tiempos, es difícil asegurar que estas artimañas fueran las primeras que utilizaran nuestros ancestros. También cabe la posibilidad de que tales ingenios se remontaran a épocas más lejanas, entre unos 40.000 y 125.000 años. Existen estudios serios realizados en los campos de la arqueología y la etnología, que vinculan al hombre de Neandertal con estas trampas.

         El mecanismo de tales trampas se basaba en una losa amplia y de medidas regulares, cuyo peso fuera suficiente para aplastar o encerrar a la presa en una oquedad labrada en el suelo. El dispositivo que hacía caer la laja, era fabricado con varas de madera, que montadas con ingenio y tras ser movidas por el cuerpo del animal, este tingladillo que sujetaba la piedra se desmontaba accionando de forma inmediata la pesada losa. Para atraer la atención del animal: conejo, liebre, perdiz, gallinetas, torcaces u otros mamíferos más grandes, se debía colocar junto al armadillo de madera,  el alimento que por naturaleza suelen comer estos animales.

         La invención de las trampas de losas u otros artilugios, pudo ser consecuencia de algo casual, que hizo despertar la chispa del ingenio al testigo directo de aquel momento. El derrumbamiento accidental de un inestable lugar y el aplastamiento consecutivo de algún animal, que fue hallado por uno de estos hombres del pasado, quizás pudo ser la fuente inspiradora que generó en la mente de aquel atávico hombre, la curiosidad necesaria para investigar y crear tales trampas.

          El conocimiento pues por parte del superviviente de las trampas de losa, representa un valioso conocimiento que sin lugar a dudas, le podría ser útil en situaciones extremas. Pues los materiales necesarios para la fabricación de estas, son elementales y fáciles de obtener. Pero para que dichas trampas sean eficaces, estas deberán instalarse en aquellos lugares concretos donde existan claras evidencias de la existencia de animales de interés.

 Conocer pues los hábitos y costumbres de los animales supone un  aumento de las posibilidades, a la hora de tener éxito en la caza.

         Las trampas de losa también ofrece al superviviente, la posibilidad de atrapar las presas con vida. Este importante detalle hace que dicha trampa no sea catalogada como letal, pues la posibilidad de atrapar las presas con vida, es reconfortable para aquellos supervivientes que aman y respetan la vida. Ya que tras colocar un número de trampas, el trampero podrá liberar aquellas piezas, una vez obtenido el justo alimento para poder mantenerse con vida. Una oquedad a modo de pequeño foso situado justo por debajo de la losa convertirá este ingenio en una especie de cajón cerrado. 

         Para demostrar a mis alumnos de supervivencia que nuestra mente es nuestra principal herramienta, les propuse que confeccionaran ellos mismos nuevos mecanismos para hacer accionar las losas. El ejerció consistía en descubrir, el poder de creatividad que el ser humano posee. Además, si los nuevos resortes o disparadores eran efectivos, nuestra asociación de lobos negros contribuiría desde su creatividad, a mantener y ampliar este legado para que dicho conocimiento ancestral no desaparezca.

         A continuación exponemos algunas fotos de las trampas de losa que nuestros jóvenes lobos negros crearon.

 

 

 

La senda atávica del cazador.

Posted in Lobo Negro with tags , , on 17 septiembre, 2010 by lobonegrosupervivencia

En los tiempos de los primeros cazadores, cuando la supervivencia de todo un poblado dependía de las presas abatidas, la práctica de la caza era reconocida como un camino de sabiduría, un sendero de iniciación. En el transcurso de las cacerías, el cazador tenía la oportunidad de contemplar, de manera directa, las virtudes de la naturaleza. Por ello, por la simbiosis que aquellos primeros moradores del planeta lograron conseguir con el reino natural, la mente del ser humano maduró, gracias a las nobles sensaciones y vivencias que la aventura de la vida les brindaba. La caza, entre otras actividades cotidianas, se realizaba desde la importancia y siempre desde el respeto que tales tareas representaban. Pues todo era realizado para el beneficio del conjunto del poblado, para la supervivencia de todos aquellos que constituían la comunidad.

         La caza aportó claves de interés para la evolución del ser humano. Este antiquísimo arte, nutrió, no tan solo a la inteligencia de nuestros ancestros, sino que también contribuyó al despertar de ciertas sensaciones vinculadas con los sentimientos. Pues durante las cacerías, aquellos hombres del pasado, pudieron comprender el sentido de la autentica amistad, de quedar cautivado tras la placida contemplación del cielo, la tierra y de todo aquel entorno natural viviente de formas maravillosas al que consideraban su hogar. También, cuando la espera de ciertas presas se prolongaba durante largos tiempos, la mirada se dirigía hacia el interior de cada uno de ellos, para indagar desde la soledad más absoluta, ¿Quiénes eran? ¿De dónde venían?  ¿Y hacía donde iban?

El cazador era un individuo respetado, pues este colmaba la vida del resto de los integrantes del poblado, con vivencias y sorprendentes experiencias, que generaban en la comunidad, inquietudes por conocer el mundo que les rodeaba.

         El cazador respetaba la vida de manera piadosa,  pues al poseer la capacidad  de privar a sus presas del encanto de vivir, por la imperante necesidad de sobrevivir, estos singulares individuos veneraban la existencia de cada ser de forma magnánima. Para recorrer la senda de los nobles cazadores había que reunir una serie de requisitos. La humildad, pues aunque no se conocía esta virtud de manera literaria, este sentimiento si imperaba de forma relevante en las personalidades de los veteranos y sabios acechadores. Se enseñaba a las nuevas generaciones de cazadores, que tras abatir a una presa, la energía vital o alma del animal, que viajaba tras la muerte, fuera respetada y venerada. Era en aquellos profundos momentos, cuando el cazador agradecía al espíritu de la naturaleza, que este le hubiera brindado la oportunidad de adquirir alimento para su pueblo.

         Durante aquellos místicos momentos, el cazador o los cazadores, se arrodillaban en torno al animal cazado, para conectar con el alma del animal y agradecerle su sacrificio. Era cuando los cantos mágicos, las entonaciones de las palabras de poder, podían escucharse en el silencio de las montañas. Aquellos fueron tiempos donde el hombre moró la tierra con sublime respeto.

         La valentía era otro de los requerimientos que los viejos cazadores exigían al nuevo aspirante. Pues de este poder dependía en gran medida el éxito de las cacerías. La voluntad, disponibilidad, astucia, habilidad, sigilo, paciencia, intuición y ante todo, el respeto hacía la naturaleza, eran y aun lo son, los requisitos que todo noble cazador debe poseer.

          Los experimentados cazadores decían a sus jóvenes, que días previos a la cacería, se apartaran del poblado y buscasen un tranquilo lugar en la montaña de sus antepasados, para penetrar en el reino de los antiguos espíritus  de la caza. Ellos les otorgarían consejo e inspiración. Aquel modo de proceder aportaba al cazador, el ambiente ideal, para que este abandonase de su mente, todo aquel pensamiento perjudicial, preocupación e inquietud, que pudiese obstaculizar las concretas habilidades del cazador que  en él moraban.

         La caza no se puede considerar como un deporte, pues quienes matan por ocio, distracción o complacencia, están contribuyendo al deterioro de la naturaleza. Cazar, es tomar de la naturaleza lo necesario para sobrevivir, pues cuando se priva a un animal de la vida, es para que esta, mantenga la vida de una serie de individuos.

         Es preocupante al grado de deterioro al que ha llegado el ser humano. Pues no le bastan las millones de muertes que ocasionan al día, de animales en los incontables mataderos que por desgracia existen en el planeta. Animales que desde su nacimiento son privados de la libertad y a los que engordan con todo tipo de sustancias altamente nocivas para el ser humano, sino que por aburrimiento, echan mano de las atronadoras armas de fuego para matar sin razón, para tan solo alimentar su prepotencia a costa de la cantidad de animales asesinados.

         “Por cada animal que es abatido sin los protocolos que determina el Gran Legado, un infortunio sin rostro e invisible, nacerá en la vida de aquel cazador que ose violar tan sagrada tradición. Pues quien provoque la muerte de un animal desde la inclemencia y la sin razón, sus designios les conducirán a un oscuro final”.

 

                                                                           Lobo negro.

En el silencio del cazador.

Posted in Lobo Negro with tags , , on 8 agosto, 2010 by lobonegrosupervivencia

Todo cuanto recoge su mirada es observado al detalle. Cada rincón, cada recoveco del bosque, es meticulosamente analizado por la mirada del cazador. En sus ojos, confluyen las miradas de aquellos depredadores que la naturaleza creó. Miradas que todo lo escudriñan, miradas que todo lo controlan. Miradas de extraordinarios cazadores.

         Momentos previos a la cacería. Instantes antes de dar comienzo a tan atávico proceder. El cazador de arco, azagaya, o cualquiera de las armas arrojadizas a utilizar, invoca desde sus adentros a las almas de los hábiles depredadores de la naturaleza. El lobo, la pantera, el puma, el jaguar, el guepardo, el lince y otros maestros del reino animal, son llamados desde el corazón del cazador, desde las claves de los antiguos ritos, para que le muestren el camino que hace despertar los sentidos.

         Sus movimientos son elegantes e inapreciables, silenciosos y precisos. Un aura de profundo silencio le rodea. Todo a su alrededor es invadido por un silencio profundo y enigmático, al que toda criatura del bosque respeta. Él, es el creador del silencio más profundo, el heraldo del no existir, la sombra sin vida que cabalga a lomos de la brisa más suave.

         Mirada y movimiento, observación y desplazamiento, ellas son las verdaderas armas del Lobo Negro cazador.

Pero su mente intuitiva, la mente que nada tiene que ver con la razón, es la fuente esencial de su poder. Pues la mente del cazador persiste en perfecta comunión con el poder del corazón y con otros centros de energía o anillos vibratorios que la creación nos otorgó. 

         Él descubrió tras escuchar el lenguaje secreto de la naturaleza, que su mente, espíritu, alma y esencia, están en persistente contacto con el cosmos. Que sus diferentes cuerpos forman parte íntegra del universo. Que él, es universo. Por ello, por estar fundido en la esencia de la vida, por ser él vida de vida, todo lo ve y todo lo siente.

          La paciencia, que es el mar de la serenidad para el alma, es la energía necesaria para que el cazador dirija la cacería. Es el cimiento sustancial que hace posible hallar a la inteligente presa, sin que ella, perciba su presencia.

         Y ante la mirada del cazador, aparece su objetivo. La presa aparece porque el cazador así lo ha predispuesto. Ella permanece en paz, ella permanece en la esencia de la libertad.

         Con movimientos elegantes, que son dirigidos desde la frecuencia armoniosa del cosmos, el cazador se predispone a lanzar su arma. Pero en ese importante momento, el cazador consulta con el espíritu de la naturaleza para que esta le otorgue el permiso de abatir a la presa.

         El permiso le es concedido. Ha llegado la hora. El momento cumbre del cazador ha sido creado.

         El proyectil es lanzado con el poder del respeto. Y como un rayo de poder, la flecha o la jabalina recorre de manera concluyente el espacio tiempo hasta impactar en el cuerpo de la presa.

         La efectividad del lance hace que el animal entre en un sueño sin sufrimiento, en un ensueño sin retorno. El gran jabalí ha dejado este plano de existencia, sin sufrimiento ni dolor. Su alma regresa a esa celestial existencia, a la morada de la luz, a la cual toda criatura viviente pertenece.

         El cazador se arrodilla ante la presa abatida. Es cuando la oración de sus ancestros, emana de sus adentros para pedir gracias al hermano, que ha ofrecido su vida para que el pueblo del cazador pueda alimentarse.

El ritual de la cacería ha concluido. Es cuando el cazador y a cambio del fruto obtenido, cuidará la naturaleza, pues ella es el hogar que nos abastece de todo tipo de alimentos y riqueza espiritual.

“Nuestro planeta es un lugar sagrado. Es la morada de criaturas bellas de luz. Ella posee el poder virtuoso de transformarnos en seres de amor y conducirnos hacía la felicidad eterna.

         Cuando nuestro planeta alcance la cuarta dimensión, no habrá cavidad para los hombres de maldad”.

 

Dedicado con amor, a don Juan de las Cacerías, un noble cazador.

Lobo negro.

La jerarquía de los cazadores.

Posted in Lobo Negro with tags , , on 28 julio, 2010 by lobonegrosupervivencia

La naturaleza está sujeta a un orden que procede de lo alto y que impera de manera precisa, en todas las manifestaciones de vida que constituye el conjunto natural. Estas leyes universales son manifestadas a modo de comportamiento, por todo ser viviente. Es conveniente hablar de las jerarquías, pues cada ser está destinado a desempeñar su trabajo concreto, una labor, a razón de las experiencias adquiridas durante su caminar por la aventura de la vida. Cada ser viviente, esta llamado por su naturaleza propia, por su grado de evolución a cumplir con un propósito. En una comunidad de cazadores, es  de crucial importancia que cada individuo se situé en el lugar que le corresponde. La creación por lo tanto de las diferentes sociedades y gremios, debe nacer desde la humildad, la sabiduría, la fuerza y la unidad. El Gran Legado, que desde el principio de los tiempos estableció los protocolos a seguir, determinó, que el origen de toda de comunidad, debía surgir desde un sujeto cuyas cualidades para la supervivencia fueran  capaces de asegurar la subsistencia de aquellos que se unan a él. En las comunidades antiguas de cazadores, la figura del cazador experimentado era de enorme importancia para el buen desarrollo de esta disciplina. También la persona del chaman, o guía espiritual, contribuía a la convivencia honorable de todos los miembros del clan y que estos nunca abandonará el sendero de las buenas concepciones.  Los ancianos cazadores, representaban la sabiduría de este colectivo, la fuente de un saber heredado de sus antepasados, de sus propias vivencias y de un respetado Legado natural al que veneraban. El hombre medicina también desempeñaba un propósito de relevante importancia, pues curar las heridas de aquellos cazadores que regresaban lastimados de las partidas de caza, sin lugar a duda contribuía a la estabilidad y mantenimiento del gremio.

Los cazadores, cada cual hábil en ciertas materias de las que se componen el arte de la caza como los: lanceros, arqueros, rastreadores, tramperos, etc, representaban otro poder de relevante importancia para la comunidad.

         La unidad de individuos diestros en ciertas materias, constituía el verdadero poder de los pueblos cazadores. La importancia pues de una jerarquía respetuosa y sensata, era y es necesario para la supervivencia de cualquier comunidad.

         El superviviente que por factores circunstanciales se encuentre solo en una situación delicada, tendrá que jerarquizarse a sí mismo para conocer cuáles son sus habilidades, con el fin de aplicarlas de manera inteligente, para vencer todo tipo de dificultades.

Si por el contrario son varios los supervivientes, cada cual deberá reconocer en sus compañeros, las capacidades y dotes de cada uno de ellos y establecer una jerarquía, para que exista el control y la superación en todo momento. De esta manera, las dificultades y peligros propios de una situación límite podrán ser superados.

Mi madre Tierra.

Posted in Lobo Negro with tags on 27 julio, 2010 by lobonegrosupervivencia

Cuando cesa la actividad del día y regreso al amparo de mi cueva, pido desde mi corazón, gracias a la Madre por haberme abastecido de aquellos humildes alimentos que me permiten vivir.

         Alimentos, que por lo general, provienen del reino vegetal, del seno de la madre. Pero a consecuencia de la estación invernal, los alimentos que provienen de árboles, y otras especies de la floresta, escasean.

          En la jornada de hoy, en este maravilloso reino blanco que crea la nieve, he tenido que privar de la vida a un hermano de la naturaleza para poder mantener la chispa de mi vida. En esta ocasión, una perdiz que fue atrapada en una de las trampas de losa que mis ancestros me enseñaron, será mi alimento durante al menos dos días, pues su cuerpo me aportará los nutrientes necesarios para seguir viviendo.

         Privar la vida de un ser libre que me otorgará la gracia de vivir es de respetar, y la mejor manera de hacer honor a aquellas presas que son cazadas, es llevar una vida ejemplar y digna. Una vida de entrega a los demás, una existencia dedicada a la búsqueda del saber y del amor.

         Tras pedir gracias a la perdiz que en breve me comeré, me dispongo a cocinarla en un horno indio que mis hermanos de la tribu de los Cheroquie me enseñaron.  La carne de mi hermana perdiz es envuelta en hojas de palmito y enterrada en un agujero con brasas. Después es tapada  por tierra y brasas. Tras una hora más o menos, la carne envuelta también en plantas aromáticas como el tomillo, romero, hinojo etc, está a punto para ser consumida.

         Después de cenar, decido salir al exterior de la cueva para disfrutar de la belleza y de los encantos de mi Madre. Las vistas son prodigiosas, pues una impetuosa cordillera de blancas montañas, emerge desde la tierra con encanto y magia. Al pie de estos templos naturales que son mis hermanas las montañas, un extenso bosque de pinos, abedules, nogales y castaños, se extiende por la tierra como si se tratase de una alfombra de vida y encanto. Este bosque maravilloso alcanza el margen de un caudaloso río, cuyas cristalinas aguas provienen de una majestuosa catarata que se abre camino entre las nevadas montañas. Por encima de la cordillera, la bóveda celestial, el techo del mundo, me cautiva a causa de las miles de estrellas, que como faroles de luz de amor relucen en una oscuridad de ensueño y misterio. Entonces, tras estas agraciadas imágenes, me siento orgulloso de quien soy, pues en mi ser reconozco un hijo de amor, a un ser natural que ama incondicionalmente a la madre que le dio la oportunidad de existir.

         Pero de repente, una pena subyace desde mi interior. Pues de manera intensa, en mi mente desfilan imágenes preocupantes y desagradables. Son escenas reales que por desgracia perviven dentro de mí, a consecuencia de una triste realidad que me atormenta. Realidades provocadas por aquellos hombres o criaturas negativas, que están destruyendo y matando a la madre naturaleza y a gran parte de sus maravillosas criaturas. Me horrorizo al apreciar desde la cueva de mis ancestros, desde la ventana de la vida, la realidad de las miserias y maldades humanas. Pero lo peor de todo, la profunda tristeza que acongoja a mi alma, es la impotencia que siento al no poder erradicar tanta destrucción, tanta maldad. Es una realidad que nuestra madre está gravemente enferma. Que una gran mayoría de sus hijos la han traicionado y se han convertido en los responsables de su lamentable situación.

         Por las noches, cuando los moradores de las sombrías ciudades se sumergen en el descanso que vigila la gran bestia, el lobo negro que mora en mi espíritu, aúlla para reclamar a aquellos hermanos lobos, para que nos unamos en el sagrado propósito de proteger a nuestra madre naturaleza.

         “Estamos a las puertas del nacimiento de nuevos tiempos. La Tierra, nuestra madre, es requerida por el Universo para transmutar a un plano de existencia más benevolente y espiritual. La cuarta dimensión.

         Lobo negro desea contribuir con su amor y sabiduría natural al cambio que la humanidad y la Tierra están experimentando.

         Es el Amor la energía que todos necesitamos para ser libres y felices durante la eternidad”.