Lazos.

Las trampas de lazo surgieron cuando el cazador desarrolló una capacidad mental más refinada. Pues para la confección de tales artilugios, tuvo que prevalecer un alto coeficiente de ingenio y dominio de otras materias. Hace unos 20.000 años, el hombre del pasado ya poseía la capacidad de analizar, examinar y razonar de manera eficaz. Su mente se había convertido en un importante depósito de información y su capacidad de raciocinio había alcanzado niveles considerables. El obtener más alimento y de manera menos costosa para alimentar a más cantidad de gentes, propició en la mente del cazador la necesidad de crear nuevas trampas más efectivas. Descubrieron que las lianas finas de cuero curtido, tendones y crines de caballo trenzado, podrían atrapar animales de forma eficiente. Posiblemente las trampas de lazo surgieron también de manera fortuita, cuando un niño jugueteando con las lianas que trenzaban las mujeres, se enredó en alguna parte de su cuerpo, o algún ciervo espantado por la presencia de los cazadores, que huyó despavoridamente, quedando sus cornamentas embrolladas en las enredaderas o lianas silvestres que obstaculizaban su huida.

El lazo pues, revolucionó el arte de la trampearía. Los cazadores provistos de lienzas confeccionadas por los materiales expuestos anteriormente, los colocaban en los pasos de ciertos animales: conejos, liebres, corzos, cabras, perdices, etc.

El lazo más elemental consistía en un cordel de unos 50 centímetros de longitud y la resistencia adecuada a la presa que se pretendía cazar. En el extremo de dicha fibra se hacía un ojal por donde se introducía el otro extremo de la sirga, el cual, era fuertemente amarrado en un punto consistente, (estaca, tronco de algún matorral, piedra, etc), cerca de donde se preveía que la presa pasaría. El lazo en cuestión se situaba justo en la senda por donde el animal habituaba a pasar, de manera que la cabeza de esta se introdujera. El lazo se cerraría tras el avance de la presa. Cuando el animal estirara el lazo se apretaría en el cuello de este, provocándole la muerte por asfixia.

Con el tiempo, al lazo se le incorporó resortes que tras ser accionados por el propio animal, este activaba el lazo, el cual quedaba cerrado automáticamente por la acción de una rama flexible o contrapesa. Las salidas de las madrigueras de los conejos son unos de los lugares más apropiados para instalar tales trampas. El lazo ha sido adaptado de tal manera, que son capaces de apresar cualquier especie. Aunque fue una trampa creada para atrapar por el cuello, las presas también pueden ser atrapadas vivas si el trampero decide configurar lazos que enganchen las patas de sus presas. Capturar al animal con vida es una postura digna por parte del cazador, pues conceder de nuevo la libertad a otras presas que han sido atrapadas en varias de las trampas activadas y tras haber conseguido el cazador el justo avituallamiento, forma parte de los protocolos nobles de actuación del trampero.

Conforme la inteligencia de los cazadores fue creciendo, las trampas de lazo fueron adaptándose a presas muy diversas. Mamíferos de gran tamaño como el corzo, el jabalí, el ciervo, el reno y otros, empezaron a ser cazados, cuando se empezó a confeccionar lazos más resistentes. Al parecer nuestros antepasados de la prehistoria ya cazaban estas presas.

Fue tal la efectividad de esta trampa, la fácil adaptación a otras presas y medios, que esta se pondría en práctica para la caza de aves acuáticas. El pato se convirtió en una presa muy codiciada, quizás, por la exquisita carne de este o por ser un habitante bastante común en ríos, lagunas, charcas, estanques, etc., lugares predilectos donde nuestros antepasados elegían vivir para tener a mano este líquido tan apreciado que es el agua.

El lazo pues, fue integrándose de forma astuta en estos nuevos espacios. Probablemente los primeros lazos que se implantaron en este medio acuático, en riachuelos, arroyos, regatos, etc., fueron en aquellos pasos estrechos por donde los patos pasaban asiduamente. Los lazos pues eran colocados en una trasversal hecha de cuerda o rama, afianzada en ambas orillas o márgenes, a la que seguidamente se instalaban una cantidad de lazos, a la altura apropiada para que las cabezas de los patos se introdujeran cuando estos pasaran.

    

El soto flotable.

Otro sistema utilizado para cazar el pato, era aquel que asemejaba un soto de carrizo confeccionado con un tronco de unos veinticinco centímetros de longitud, por diez de anchura, el cual cuanto más seco estuviese, más flotabilidad tendría. El leño se revestía de carrizo o de otra maleza propia del lugar donde nos encontremos, para confundir a la presa. También podemos conseguir el cuerpo flotante, utilizando cortezas de árboles secas, unidas en tal cantidad hasta conseguir la flotabilidad deseada. La corteza del alcornoque es ideal para este menester. Botellas de plásticos, de vidrio u otros similares recipientes podrían servirnos también. Anterior al revestimiento se afianzaba una cantidad de lazos, dispuestos en torno al objeto flotante y a la altura conveniente para que la cabeza de los patos se introdujera cuando estos pasasen. El falso matorral se colocaría en los pasos más frecuentados por esta especie. El artilugio era anclado en el fondo por medio de una pesada piedra, la cual estaba unida al flotador con una cuerda.

La vereda flotante.

Como bien especifica el titulo del presente apartado, la vereda flotante es una efectiva trampa para cazar patos u otras palmípedas. Sus elementos principales son dos troncos de un metro veinte aproximadamente, aunque la longitud de los maderos a utilizar no es determinante. Se trata de simular uno de aquellos pasos por donde los patos suele pasear con total tranquilidad. Estos senderos acuáticos suelen tener la anchura suficiente, para que la palmípeda pase desahogadamente. Esas vías suelen estar rodeadas de maleza, detalle, que atrae la atención del animal, por considerarlo un lugar donde esta oculto y fuera de la mirada de sus depredadores naturales.

La fabricación de esta trampa es fácil. Una vez conseguidos los dos troncos, instalaremos a lo largo de su longitud lazos de diferentes medidas. Después, se amarrará en los extremos de los leños una cuerda. En el chicote que nos sobra afianzaremos una piedra pesada que hará la función de lastre. El objetivo de los cuatro lastres, es fijar en la superficie del agua ambos troncos para que la corriente, por muy floja que esta sea, no los desplace. De esta manera habremos creado un ficticio camino por donde tarde o temprano paseará nuestra presa. Justo debajo de ambos troncos, concretamente en el centro de ambos, se colocará en el fondo del río, un comedero que conseguiremos de restos de tiestos de barro y de otros recipientes de arcilla cocida que pertenecieron a antiguos pobladores. El grano o los cereales serán ubicados en la parte cóncava del resto de la maceta, vasija etc., que hayamos encontrado. Los lazos estarán dispuestos en plano horizontal prácticamente en la superficie del agua. Cuando el pato inicie el recorrido por la falsa vereda, comprobará que en el fondo del agua le espera un suculento bocado. Cuando inicie sus zambullidas, ya sea en las inmersiones como en las salidas a la superficie, el pato introducirá su cabeza en uno de los numerosos lazos que inteligentemente hemos afianzado a los dos troncos flotantes. Recordad que los troncos habrá que camuflarlos con matorral o maleza idéntica, al entorno donde pretendemos instalar la trampa. Será conveniente instalar la trampa en zonas poco profundas y en aquellos lugares que estemos seguros de la existencia de tales presas.

    

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