La senda atávica del cazador.

En los tiempos de los primeros cazadores, cuando la supervivencia de todo un poblado dependía de las presas abatidas, la práctica de la caza era reconocida como un camino de sabiduría, un sendero de iniciación. En el transcurso de las cacerías, el cazador tenía la oportunidad de contemplar, de manera directa, las virtudes de la naturaleza. Por ello, por la simbiosis que aquellos primeros moradores del planeta lograron conseguir con el reino natural, la mente del ser humano maduró, gracias a las nobles sensaciones y vivencias que la aventura de la vida les brindaba. La caza, entre otras actividades cotidianas, se realizaba desde la importancia y siempre desde el respeto que tales tareas representaban. Pues todo era realizado para el beneficio del conjunto del poblado, para la supervivencia de todos aquellos que constituían la comunidad.

         La caza aportó claves de interés para la evolución del ser humano. Este antiquísimo arte, nutrió, no tan solo a la inteligencia de nuestros ancestros, sino que también contribuyó al despertar de ciertas sensaciones vinculadas con los sentimientos. Pues durante las cacerías, aquellos hombres del pasado, pudieron comprender el sentido de la autentica amistad, de quedar cautivado tras la placida contemplación del cielo, la tierra y de todo aquel entorno natural viviente de formas maravillosas al que consideraban su hogar. También, cuando la espera de ciertas presas se prolongaba durante largos tiempos, la mirada se dirigía hacia el interior de cada uno de ellos, para indagar desde la soledad más absoluta, ¿Quiénes eran? ¿De dónde venían?  ¿Y hacía donde iban?

El cazador era un individuo respetado, pues este colmaba la vida del resto de los integrantes del poblado, con vivencias y sorprendentes experiencias, que generaban en la comunidad, inquietudes por conocer el mundo que les rodeaba.

         El cazador respetaba la vida de manera piadosa,  pues al poseer la capacidad  de privar a sus presas del encanto de vivir, por la imperante necesidad de sobrevivir, estos singulares individuos veneraban la existencia de cada ser de forma magnánima. Para recorrer la senda de los nobles cazadores había que reunir una serie de requisitos. La humildad, pues aunque no se conocía esta virtud de manera literaria, este sentimiento si imperaba de forma relevante en las personalidades de los veteranos y sabios acechadores. Se enseñaba a las nuevas generaciones de cazadores, que tras abatir a una presa, la energía vital o alma del animal, que viajaba tras la muerte, fuera respetada y venerada. Era en aquellos profundos momentos, cuando el cazador agradecía al espíritu de la naturaleza, que este le hubiera brindado la oportunidad de adquirir alimento para su pueblo.

         Durante aquellos místicos momentos, el cazador o los cazadores, se arrodillaban en torno al animal cazado, para conectar con el alma del animal y agradecerle su sacrificio. Era cuando los cantos mágicos, las entonaciones de las palabras de poder, podían escucharse en el silencio de las montañas. Aquellos fueron tiempos donde el hombre moró la tierra con sublime respeto.

         La valentía era otro de los requerimientos que los viejos cazadores exigían al nuevo aspirante. Pues de este poder dependía en gran medida el éxito de las cacerías. La voluntad, disponibilidad, astucia, habilidad, sigilo, paciencia, intuición y ante todo, el respeto hacía la naturaleza, eran y aun lo son, los requisitos que todo noble cazador debe poseer.

          Los experimentados cazadores decían a sus jóvenes, que días previos a la cacería, se apartaran del poblado y buscasen un tranquilo lugar en la montaña de sus antepasados, para penetrar en el reino de los antiguos espíritus  de la caza. Ellos les otorgarían consejo e inspiración. Aquel modo de proceder aportaba al cazador, el ambiente ideal, para que este abandonase de su mente, todo aquel pensamiento perjudicial, preocupación e inquietud, que pudiese obstaculizar las concretas habilidades del cazador que  en él moraban.

         La caza no se puede considerar como un deporte, pues quienes matan por ocio, distracción o complacencia, están contribuyendo al deterioro de la naturaleza. Cazar, es tomar de la naturaleza lo necesario para sobrevivir, pues cuando se priva a un animal de la vida, es para que esta, mantenga la vida de una serie de individuos.

         Es preocupante al grado de deterioro al que ha llegado el ser humano. Pues no le bastan las millones de muertes que ocasionan al día, de animales en los incontables mataderos que por desgracia existen en el planeta. Animales que desde su nacimiento son privados de la libertad y a los que engordan con todo tipo de sustancias altamente nocivas para el ser humano, sino que por aburrimiento, echan mano de las atronadoras armas de fuego para matar sin razón, para tan solo alimentar su prepotencia a costa de la cantidad de animales asesinados.

         “Por cada animal que es abatido sin los protocolos que determina el Gran Legado, un infortunio sin rostro e invisible, nacerá en la vida de aquel cazador que ose violar tan sagrada tradición. Pues quien provoque la muerte de un animal desde la inclemencia y la sin razón, sus designios les conducirán a un oscuro final”.

 

                                                                           Lobo negro.

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