El solitario maestro de los bosques.

     

Para una persona que no haya tenido la vivencia de permanecer en soledad en la naturaleza, para aquellos individuos acostumbrados tan solo a la  vida de la ciudad, donde la ley del confort prevalece en dimensiones preocupantes, la soledad, podría atentar contra su integridad de forma letal.

Pues la soledad para muchos, es sinónimo de pánico, depresión y ansiedad.

La soledad mal concebida mina la voluntad de sobrevivir del individuo.

El miedo a la soledad es resultado de la falta de confianza en nosotros mismos. Es consecuencia también de haber tenido abandonado a nuestro verdadero yo, de no haberse preocupado de conocernos a nosotros mismos, de haber vivido en demasía según determinan las costumbres artificiales de una sociedad inmoral e indiferente, con respecto a los problemas del ciudadano.

          El aburrimiento, la apatía, la pereza, la indolencia que por lo general provoca la sociedad a una gran mayoría y que tan solo creen disuadirlas con la televisión, las diversiones estipuladas por la política de consumo y otras practicas erróneas, ( tabaco, alcohol, drogas, etc.), son aspectos que destruyen lentamente la dignidad del hombre y sus ganas de vivir.

         La soledad pues, se convierte en el detonante que provocará en tales individuos la desestabilización total que les conducirá hacia momentos muy desagradables.

         Si alguna vez la vida nos conduce a una situación de soledad, una manera de enfrentarse a este imperante reto es tener la mente ocupada con aquellas tareas básicas que hacen posible el sobrevivir. Tareas que anteriormente hemos hecho referencia, las cuales están clasificadas en parcelas según su importancia para nuestro bienestar:

Obtención del agua, alimentos, refugio, vestimentas, etc.

Cuanto más amplias sean las actividades que nos ocupen la mente, menos sentiremos el poder destructivo que la soledad provoca en muchos de los hombres.

         Hablando con mi maestro en cierta ocasión de la soledad, le pregunté si existía un animal que la simbolizara. Un  animal cuya forma de vida estuviera determinada por esta circunstancia a la que muy pocos seres humanos estamos acostumbrados. Lobo blanco cazador me contó:

         “En el reino animal, más concretamente en el de los mamíferos, existen diversas especies en las que los machos se alejan de la comunidad para llevar una vida solitaria. Pero es el astuto y sabio jabalí, el animal que mejor se ha adaptado a esta vida solitaria.

Los machos jóvenes son exiliados de las manadas por las viejas hembras hacia la edad de un año, cuando estos han alcanzado la madurez sexual. Al principio los desterrados vagan en pequeños grupos desiguales, pues la soledad de las montañas aun es muy fuerte para estos inexpertos jabalíes. Un poco antes de cumplir dos años, el jabalí es invadido por una irresistible fuerza por vivir en absoluta soledad. Es cuando busca grandes territorios donde establecer su reino. Contaban los ancianos de mi pueblo que la razón por la que los machos jabalíes sentían esa misteriosa llamada, obedecía a la convocatoria del espíritu del gran jabalí blanco, el gran jabalí que durante toda su vida había logrado escapar de la persecución férrea de los cazadores. Esta historia me la contó un europeo que pude conocer en mi juventud, cuando este viajó a Norte América para conocer las costumbres cazadoras de diferentes tribus. Este era un hábil cazador de jabalíes, para lo cual utilizaba tan solo el arco, las flechas y su astucia.

         El espíritu del gran Jabalí Blanco, convocaba con su misterioso lenguaje a todos los machos jabalíes jóvenes del mundo, para adiestrarles en la manera de escapar de los cazadores humanos. Ya que estos y desde el principio de los tiempos cazaban al jabalí, para alimentarse de su carne y nutrirse sobre todo de las vivencias y enseñanzas que estos sabios solitarios de la noche solían aportar al valiente y ermitaño cazador.

         El cazador occidental me reveló que aquellos jabalíes que lograban morir de vejez y que habían escapado de las persecuciones de los cazadores humanos, reencarnaban en las montañas y bosques de los Cárpatos, el Cáucaso, los Balcanes, Asia Central y Siberia, estos territorios salvajes e inhóspitos. Estos jabalíes son los más grandes y fieros de todo el mundo y fueron bautizados con el nombre de Atíla”.

 

Desde que conocí esta leyenda, tuve la necesidad imperiosa de adentrarme en el reino de la noche para conocer la vida solitaria de los machos jabalíes. Sospechaba, que estos moradores de las sombras, me enseñarían un legado de vivencias que ningún hombre me podía transmitir. Desde entonces, desde  hace ya casi tres décadas, recorro en soledad los caminos de los bosques, las sendas de las montañas en busca del místico conocimiento de los viejos y solitarios jabalíes. Ellos me han enseñado la belleza de vivir en la soledad de las montañas. Una soledad que es sinónimo de armonía, de una paz que jamás había podido sentir en otro lugar, de un bienestar que colma mi alma de sensaciones bellas y positivas. Fue cuando comprendí que la soledad es un estado de conciencia a la que únicamente acceden, aquellos que desean reencontrarse con sus orígenes, volver al seno de la Madre Naturaleza.                    

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